Estos días se cumplen 93 años de la
proclamación de la Segunda República española. Aquel hecho histórico fue
posible porque se dieron una serie de circunstancias especialísimas: una grave crisis
política, serios problemas de desigualdad y subdesarrollo, agravados por la
depresión mundial y un renacimiento intelectual muy vigoroso y positivista. A
todo eso, hay que añadir que en la España de los años treinta la Monarquía se
había convertido en una institución obsoleta, la economía estaba gripada, los
desequilibrios, entre la España rural y la urbana eran muy acusados y la
crispación entre las corrientes políticas e intelectuales antagónicas estaba a
flor de piel.
En este contexto, el Gobierno del
almirante Aznar, conocido como dictablanda en contraposición al de la dictadura
de Primo de Ribera, alteró el orden electoral que correspondía y convocó
elecciones municipales para el 12 de abril de 1931. La idea era que al tener
los comicios un sesgo administrativo sirviesen para atemperar posiciones y
calmar los ánimos contra el régimen que estaban muy alterados.
Sin embrago, ni los partidos de
izquierdas, ni los republicanos mordieron el anzuelo y plantearon la campaña
como si de elecciones a Cortes se tratase. De hecho, aquellos comicios fueron
planteados como un plebiscito a la Monarquía de Alfonso XIII. La victoria
social-republicana fue arrolladora. La conjunción republicano-socialista ganó
en la práctica totalidad de capitales de provincia, pero es que también lo hizo
en lugares como Vallecas, Baracaldo o Vigo y también en Sabadell, Tarrasa, Hospitalet de Llobregat y Linares, la Carolina, Algeciras, Tomelloso, Mieres, Langreo, Gijón o Mahón.
El conde de Romanones, ministro de
Estado, relató: «Al volver a Madrid (pasada la tarde en el campo) me di
inmediata cuenta de que la batalla estaba perdida. Me bastó saber que en el
centro del barrio de Salamanca, donde solo
hay clase media y donde habita la aristocracia de la sangre y del dinero, el
escrutinio resultaba adverso para los monárquicos».
Como no podía ser de otra forma, tras
la euforia de unos por la victoria electoral y la decepción de los otros por el
fracaso de sus opciones, el lunes 13 de abril nadie sabía que iba a pasar en
España.
El Gobierno estaba desconcertado, los
monárquicos descolocados y en la oposición temían que se pusiera en marcha una
ola represiva. En ese contexto, quizás fueron los asesores más cercanos a
Alfonso XIII los que supieron hacer una lectura correcta de la situación y tras
no pocas tensiones, propuestas y contrapropuestas que no cristalizaron, para
evitar un baño de sangre, optaron por proponer al rey que se expatriase “temporalmente”.
Una vez proclamada la Segunda
República, el 14 de abril de 1931, está adoptó la forma de república unitaria,
si bien permitía la formación de regiones autónomas (a lo que se acogieron
Cataluña y País Vasco). La República pronto
tuvo que enfrentarse a la polarización política propia de la época y a
importantísimos poderes fácticos encabezados por el sector financiero, la
Iglesia y el ejército. Pronto quedó claro que aquello sería una obra de
titanes. De forma simultánea, en Europa
se vivía el ascenso al poder de dictaduras
totalitarias. El primer presidente de la República fue
Niceto Alcalá Zamora, de la Derecha Liberal Republicana;
en tanto que Manuel Azaña,
de Acción Republicana (más tarde Izquierda Republicana (IR))
en coalición con el PSOE, fue el presidente del Gobierno tras la victoria
izquierdista en las elecciones
del 28 de junio. Este gobierno trató
de realizar numerosas reformas, como la Ley de Reforma Agraria, por
lo que su gobierno es conocido como el Bienio Reformista.
Fue en 1931 cuando se extendió también, por primera vez
en España, el sufragio universal a las mujeres.
Ya en 1932 tuvo
lugar un fallido golpe de
estado protagonizado por el general
Sanjurjo, muestra de la inestabilidad política del
momento. En las elecciones
de 1933,
ganó la Confederación Española de Derechas
Autónomas de José María Gil-Robles,
seguida del Partido Republicano Radical de Lerroux. La CEDA, que unía a
diversos partidos conservadores
y presentaba ciertos rasgos de carácter fascistoide,
fue rechazada por Alcalá Zamora para presidir el gobierno, otorgándoselo a
Lerroux, si bien éste integró en su gobierno a varios ministros de la CEDA. La
integración de la CEDA en el Gobierno fue una de las razones que motivó la Revolución de 1934, en la que
sectores del PSOE, Unión General de Trabajadores
(UGT), Confederación Nacional del Trabajo
(CNT) y Partido Comunista de España
(PCE) protagonizaron una huelga
general en el marco de la cual se intentó el derribo
del gobierno, al tiempo que Lluís
Companys (ERC)), president de la Generalidad de Cataluña, proclamaba
el Estado Catalán dentro de la República Federal Española. La violenta
represión de la Revolución, en especial en Asturias,
donde tomó especial fuerza, la supresión de la autonomía catalana y la detención
de numerosas personalidades políticas de importancia (incluidas algunas que no
estuvieron detrás de los hechos acaecidos, como Azaña), motivaron la formación
del Frente Popular por PSOE,
UGT, PCE, Partido Obrero de Unificación
Marxista (POUM), IR, Unión Republicana
(UR) y ERC, entre otros. El Frente Popular venció en las elecciones
de 1936,
volviendo a asumir el gobierno Manuel Azaña, quien pronto fue elegido presidente
de la República tras la destitución de Alcalá Zamora.
Pero ese es otro capítulo de la
historia que podremos tratar en otra entrega. Hoy quedémonos con lo que puedo
haber sido y no fue.
Bernardo
Fernández
Publicado
en E Notícies 13/04/2024